14/02/2016 Escribo estas letras de urgencia apenas unas horas después del funeral en memoria de Camil Busquets i Vilanova, celebrado en la mañana de ayer sábado. Camil falleció en su domicilio barcelonés en la madrugada del martes al miércoles pasado.
La última vez que hablé con Camil fue esa misma tarde, para concertar una visita en su casa, como hacíamos periódicamente durante los últimos años debido a su delicada salud. Estos encuentros servían para ponernos al día en la actualidad naval, ámbito al que consagró su vida personal y profesional hasta el último día.
Apenas unas horas después de nuestra conversación Camil se nos fue. Lo hizo como lo viejos vapores, cuando sus máquinas dijeron hasta aquí hemos llegado, dejando de servir al capitán que las había gobernado durante más de tres cuartos de siglo.
Camil Busquets, o K1000 como le gustaba firmar en su correspondencia, nació en 1939, en los estertores de la guerra incivil. A comienzos de los años 50, el Camil adolescente comenzó a forjar su pasión por todo lo relacionado con los barcos y la navegación en el puerto de Barcelona, del que con el tiempo se convirtió en asiduo, para registrar con su cámara fotográfica los detalles de los buques. De esta forma documentaba los planos de los modelos a escala que construía, afición que convirtió en su profesión ya en la edad adulta.
Camil no sólo ejerció profesionalmente como experto modelista, también supo trasladar a aficionados de todo el mundo la pasión por la construcción de modelos a escala estáticos y de radiocontrol a través de decenas de monografías y publicaciones seriadas. En esta faceta de divulgador ejerció como director técnico en diversas publicaciones periódicas especializadas, encargos editoriales y colecciones de fascículos.
Más allá del mundo del modelismo, Camil se convirtió en el cronista oficioso del día a día de las fuerzas navales españolas y extranjeras. Su obra publicada abarca centenares de artículos y colaboraciones con los principales anuarios navales internacionales. Particularmente fructíferas fueron sus colaboraciones en la revista Defensa, Revista General de Marina o El Vigía. En Revista Naval se pueden encontrar algunas de sus últimas colaboraciones periódicas agrupadas bajo el título de pañol de historias.
Sin embargo son sus monografías, firmadas en solitario o redactadas junto a colaboradores bajo su dirección –y esa era otra de sus virtudes, su capacidad para cimentar y consolidar equipos de trabajo– las que convirtieron su nombre en popular ya en la era pre-internet, cuando los aficionados a los temas marítimos tenían que bucear en librerías y bibliotecas para nutrirse de nuevos títulos en castellano sobre la materia.
Durante más de 60 años documentó no sólo el acontecer marítimo de su -nuestra- querida Barcelona, también estuvo presente en los principales acontecimientos navales nacionales, con manifiesta devoción hacia su amada Armada española, y también en concentraciones y revista navales internacionales.
Su característico físico, durante las últimas décadas coronado por una poblada barba blanca, era habitual en arsenales y factorías navales de todo el país. A mi, que he crecido –y nunca mejor dicho– bajo sus barbas, no deja de sorprenderme la cantidad de jefes, oficiales y suboficiales, ingenieros, etc. que lo saludaban con efusión, o que preguntaban por él en su ausencia, despertando en la memoria multitud de anécdotas.
Sin duda sus textos han alentado no pocas vocaciones profesionales entre las generaciones más jóvenes. Su estilo ameno y la profusión de datos y anécdotas que jalonan sus escritos favorecieron el mejor conocimiento, también en el público general, de las marinas de guerra y en particular de nuestra Armada, un ámbito no siempre bien comprendido o apreciado. Camil contribuyó a lanzar puentes para superar esa incomprensión ofreciendo a la imprenta obras que combinaban textos precisos y depurados, apoyados en magníficas ilustraciones.
En su faceta de fotógrafo, y mientras el físico se lo permitió, siempre perseveró en la búsqueda del mejor ángulo para captar las imágenes que componen su archivo y que ilustran su vasta producción bibliográfica. Era habitual a bordo de falúas y lanchas de práctico, y no dudaba en subirse a una cesta colgada de una grúa en el astillero para obtener siempre la mejor fotografía.
Su biografía ocupa un lugar destacado en la monografía que dedicó el Museo Marítim de Barcelona, del que era gran colaborador, a la generación de fotógrafos navales de la ciudad condal. Su dedicación le hizo acreedor, entre otros, del premio Virgen del Carmen; también había sido condecorado por la Armada con la Cruz del Mérito Naval.
Durante los últimos meses tuvo la satisfacción de recibir un sentido homenaje en la sede de la Comandancia Naval de Barcelona, el antiguo «Sector Naval» que tanto frecuentó. Así, en el seno de la Armada, entre amigos y discípulos entre los que me cabe el orgullo de contarme, le acompañamos en lo que el destino quiso que fuera su último homenaje en vida.
Camil era persona cumplidora y franca en el trato. Para la elaboración de esta nota me ha resultado difícil encontrar en el archivo alguna fotografía en la que aparezca sonriente, sin embargo bajo su aparente seriedad se escondía una personalidad jovial, lo que le permitía mantener el rictus adusto mientras provocaba la hilaridad en sus interlocutores con sus ocurrencias y bromas.
Como decía al comienzo de este escrito, en la mañana de ayer asistimos a la última lección del maestro: su funeral se convirtió en un encuentro de familiares y amigos donde el llanto y el pesar por la pérdida se entreveró con las sonrisas que nos arrancaron las palabras que Camil dejó redactadas para su lectura póstuma. Por lo pronto ya nos advirtió, a su personalísima e irreproducible manera, de que estará pendiente de nosotros allá donde esté.
Conociendo a Camil, no albergo duda alguna de que así lo hará, tampoco dudo de que en este preciso momento está discutiendo con el mismísimo Caronte las características técnicas de su barca en su última singladura.
Pero antes de esa última navegación, sus cenizas serán trasladadas a bordo de un buque de la Armada para ser lanzadas al mar. Esta es su última volundad expresada. Se cumplirá.
¡Hasta siempre K1000!
JSG
PS: actualizo esta entrada con vínculos a notas y obituarios publicadas en otros blogs y medios: En el blog de Juan Carlos Díaz Lorenzo; Alejandro Anca Alamillo en Diario de Ferrol; Silvia Dahl en el blog del Arxiu Fotogràfic del Museu Marítim de Barcelona; Albert Campanera en la revista Defensa y La Voz de Galicia; En el blog Batiburrillo Submarino
Una mirada cercana a la actualidad de la capital marítima española
Javier Sánchez García (Barcelona, 1964) es coeditor de Revista Naval. Como analista naval desde hace tres décadas documenta las visitas de buques de guerra al puerto de Barcelona. Su archivo cuenta con más de 80.000 imágenes, en película y digital, que han ilustrado una docena de libros y numerosas publicaciones especializadas. Es colaborador del Museo Marítim de Barcelona, al que ha donado varias colecciones de fotografías. También colabora con el anuario Combat Fleets of the World que edita el U.S. Naval Institute.